Honorable Gobierno

Abril 2010

Para que un sistema tan tosco como el que nos rige le sirva a la gente el gobierno debe ser, al menos, honorable (y por tosquedad nos referimos a la trillada realpolitik populista, imponiendo la fuerza bruta del "somos más" o bien "tenemos el aparato forzador”).

Es decir, los funcionarios de gobierno empezando por las más altas magistraturas deben procurar ser ejemplo visible, de igualmente altas virtudes cívicas.
Desde tiempos antiguos, la propia existencia de ciertas élites estuvo justificada en el ejemplo de los comportamientos públicos (e idealmente, privados) que dicha élite representaba en el imaginario del pueblo. No es muy diferente hoy en día.
La gente “simple” sigue recibiendo por ósmosis social el mensaje-ejemplo de sus referentes; y quienes se vean situados en cualquier relativa posición de preeminencia, deben considerar la gran responsabilidad que sus opiniones y actitudes públicas implican.

La historia de las noblezas, aristocracias, liderazgos místicos o republicanos e incluso de los grupos de muy superior cultura o competencia profesional y científica, es la de personas que se elevaron por diferentes causas diferenciándose del promedio. Asumiéndose como gente calificada para liderar la elevación general. Los ejemplos a seguir, visibles a todos y nacidos de virtudes como la valentía, el esfuerzo honrado, la ética, la compasión o el más simple sentido común aplicado con inteligencia, se situaban en el pedestal de lo correcto, de lo deseable, de lo emulable. O de lo elegible por votación.
Aristócratas indolentes desprestigiaron en su momento a la aristocracia así como empresarios corruptos desprestigian al capitalismo, más allá de que sean las coactivas reglas de juego socialistas las que generen “zonas liberadas” para sus humanas rapacidades.

Pero es el Estado y sus funcionarios de gobierno quienes imprimen con más fuerza en millones de mentes sencillas las coordenadas de “lo que hay que hacer” para elevarse, ya que todo lo que ellos entregan u obtienen es blanco de la mirada popular.


Para que nuestra democracia empezara finalmente a servir de algo a la gente (nos referimos a algo más que servir de pantalla para enriquecer a vagos, atropelladores y mafiosos, elevando el robo, la burla al industrioso, el desorden y el parasitismo al nivel de políticas de Estado), sus dirigentes deberían volverse honorables. Porque de otro modo son, simplemente, un estorbo muy costoso. Un estorbo peligroso y prescindible, vaciado de toda autoridad moral.

Ya que si la política es un negocio como cualquier otro, menos costoso y mucho más eficiente nos resultaría el negocio privado. Que al menos es voluntario, cambiando impuestos por retribuciones a servicios efectivamente prestados en libre competencia, en la miríada de casos donde esto es posible.

Aquella conversión al servicio público desinteresado es difícil de imaginar en nuestros políticos. Aunque sigan pregonando hasta el hartazgo que esa es, justamente, su abnegada vocación.

Milenios de experiencia nos enseñan que el poder público corrompe de manera inevitable a casi todos quienes lo ejercen, afectando más temprano que tarde su honorabilidad. Y también nos enseñan que muchos de quienes resistieron los cantos de sirena de la corrupción, resultaron ser líderes ingenuos, incapaces o sin la visión estratégica de conjunto y de futuro que su elevada responsabilidad demandaba. Dato que muestra a la honorabilidad como condición necesaria mas no suficiente.

Razones por las cuales los libertarios abogamos por acotar los peligrosísimos “poderes públicos” a su mínima expresión mediante la transferencia gradual de dichos poderes a la gente, en una descentralización política y económica llevada a su máxima escala tecnológica. Retomando así el control humano dentro de nuestro propio planeta de los simios.

Volviendo al caso que nos ocupa, sin embargo, sólo podría ser honorable un gobierno surgido de verdaderos principios no-violentos, cultura planetaria, compromiso con la libertad, inteligencia superior y experiencias constructivas.
Requisitos en ningún caso cumplidos por los gobiernos de los últimos cien años de decadencia, salvo brevísimas excepciones. Requisitos directamente invertidos en el caso del actual, que reemplazó la vocación desinteresada de servicio público por la vocación interesada de enriquecimiento ilícito operando sobre la desunión, el odio, la exaltación de la bajeza a todo orden y la venganza sucia. Verdaderos corsarios desorbitados de la política comprando con dinero ajeno a todos quienes se quieran vender.

Sinvergüenzada y absoluta negación del honor, que todo argentino y argentina de bien debe rechazar. No sólo del peronismo gobernante sino de cualquier dirigente que proponga otra vez las “soluciones” populistas que demostraron cien veces su inutilidad para elevar, dignificar con trabajo y servir a los nuevos pobres. Aunque sí fueron útiles para llegar al poder mediante la adulación y (como padres pusilánimes) el permisivismo más irresponsable.

Rechazo absoluto, declarado, movilizado y terminante para suprimir en nuestro gran país los efectos degradantes de la miseria. Lanzando a nazis y socialistas por la borda. Para frenar nuestra caída frente a Chile, Colombia, Perú o Uruguay. Para volver a colocarnos por delante de Brasil, México, Canadá, Australia, España o Italia. Para lanzarnos a la caza y superación de Inglaterra, Francia, Japón o Alemania, ocupando de una vez por todas el lugar de liderazgo que se corresponde a nuestro impresionante pasado.

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