El Desarrollo es una Elección

Marzo 2011

Argentina fue hasta 1930 e incluso hasta el ‘45 un país de gran progreso, respetado y escuchado. La inercia de este prestigio nos permitió circular con todo y nuestra creciente estupidez mayoritaria, quizá, hasta mediados de los ‘60 pero a juzgar por nuestro presente, podría concluirse que desde entonces venimos deconstruyendo una nación retrógrada. Lo cual remite a una población de electores mezquinos y corruptos.

Sostener este aserto sería, sin embargo, una verdad a medias ya que lo que hoy destaca, ante todo, es una gran ignorancia. Una caída de nivel cultural, de sentido de responsabilidad personal y de comprensión plena de consecuencias. Producto de la destrucción de nuestra educación pública, cuyo origen puede a su vez rastrearse hasta el aciago día en que una cierta masa crítica de Maestros terminó de ser degradada al rango sindical de “docentes” (o trabajadores de la educación).
Dimos así inicio a un camino de distorsión de valores y déficit de conocimientos actuales e históricos en gran parte de nuestra población, que trabó y frenó -como con un hierro- los delicados engranajes de la democracia para terminar infantilizando por completo el criterio de selección electoral.

En palabras de Marco Tulio Cicerón (sabio romano, 106 - 43 AC) “no saber lo que ha ocurrido antes de nosotros, es como seguir siendo niños”, sentencia que podría completarse con palabras de Harry Truman (político estadounidense, 1884 - 1972): “la mejor manera de dar consejos a los niños es averiguar primero qué desean y enseguida aconsejarles que lo hagan”. Enseñanza que resume la esencia –el auténtico Santo Grial- de todo pensamiento populista, sea cual sea el disfraz que lo disimule.

El egoísmo, la envidia, la pereza, el disfrute ante la desgracia ajena o incluso el deseo de apoderase por la fuerza de bienes de otros son pulsiones normales que pueden encontrarse en cualquier grupo humano. Una sociedad inmadura (mal - educada), claro está, tendrá menor autocontrol que otra educada y sus tendencias destructivas tenderán a aflorar con mayor facilidad.

Los populismos nacionalistas o socialistas y en general las agrupaciones políticas que se autotitulan humanistas, social demócratas o de izquierda, aprendieron a usar estas “fuerzas innatas”. Lo hicieron incorporando estas negatividades al modo normal de entender la competencia política, nutriéndolas con arte y manejándolas en beneficio de sus dirigentes y de algunos sectores por ellos digitados (empresariado y sindicalismo amigos, empleo público como sucedáneo a seguro de desempleo etc.)
Hallaron así su solución al problema de la desconfianza y el enfrentamiento social “instintivo”, afianzando su red de privilegios mediante el manejo de una instrucción pública orientada a la clientelización perpetua de la política. Y capitalizando para sí la lógica de la lucha entre grupos, por los restos de un pastel imposibilitado de crecer al mismo ritmo que las demandas de la gente.
Cuanta menos materia gris y cultura histórica en el padrón electoral, más fácil les será a esta clase de políticos persuadir a los votantes de que la vagancia, el robo y el reparto del botín, contraproducentes e inmorales en lo personal, trocan (por interpósita persona: el funcionario electo) en “bien” común. Ofrecer a alguien escaso de valores un atajo para vivir con menos dependencia del estudio, el trabajo y el mérito a cambio de su voto es, qué duda cabe, una gran idea y explica perfectamente la popularidad de la izquierda.

Pero apelar al canibalismo social para deconstruir, burlando las reglas de la economía y de la ética tiene un costo muy elevado.
En un entorno semejante, las disconformidades, los enfrentamientos y los correspondientes cortes, usurpaciones, escarches, paros, marchas y piquetes no pueden sino estar cada vez más en primer plano.

Era esperable que esta concepción inmoral de la política nos trajera hasta el callejón sin salida donde renunciar a estas armas de alto poder equivale a renunciar a formar parte del juego o resignarse a obtener, en el mejor de los casos, un apoyo cercano al 20 % de los votos “válidos” (*).

El sistema se encuentra en descomposición por ignorancia. Des-aprendimos colectivamente el manejo inteligente de las pulsiones “peligrosas”, cual es, usarlas…pero a favor de toda la sociedad. Como en el judo, un deporte cuyo arte consiste en utilizar la fuerza, el impulso del adversario para quedar en ventaja, capitalizar la sinergia y ganar.

Cómo aprovechar el impresionante poder motivador del afán de lucro, de la envidia o incluso del egoísmo que sobresale en algunos individuos, encauzándolo en un orden que maximice el beneficio social, es algo que se sabe desde los tiempos de Adam Smith (economista y teólogo escocés, 1723 - 1790, autor del incunable “La Riqueza de las Naciones”).

Lo que se sabe, desde luego, es que el único sistema económico social que funciona es el capitalismo liberal, en cuyo novísimo extremo de potencia creativa se sitúa el modelo libertario. Se sabe que fracasados están los criminales experimentos comunistas de soviéticos y chinos. Que fracasados están los decepcionantes experimentos socialistas nórdicos y los cada día más patéticos intentos europeos por apuntalar el insostenible “Estado de bienestar”. Y que fracasado está, en fin, el largo experimento norteamericano con avance sin pausa del peso intervencionista de su Estado, que está haciendo virar a la superpotencia hacia el declive.
Casi todas las sociedades padecen el mismo cáncer, que en nuestro caso es metástasis y en otros, tumores en diferentes etapas. El estatismo y la coacción matan y en el extremo opuesto, ciertamente, el desarrollo es una elección de proporción directa al grado de inversión capitalista que nos atrevamos a permitirnos.

¿Importa más evitar las desigualdades que sacar a las masas de la pobreza? ¿Satisface más impedir el enriquecimiento por derecha de algunos que aumentar el nivel de ingresos de la mayoría? ¿Es preferible una sociedad estancada con tal de evitar la envidia resentida de ver el progreso del vecino? Tal parece nuestro credo nacional, al decir de las encuestas. Sigamos pues votando a los dirigistas de siempre. La miseria y la desesperanza, el barro y la desnutrición también son una elección.

(*) Forma parte de esta “lógica” que la clase política ignore la abstención, los votos en blanco o auto impugnados, definiéndolos como no válidos.

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