Maduración de Indignados

Mayo 2011

Tal vez nuestra castigada sociedad debiera seguir -electoralmente hablando- el conocido pensamiento de la Sra. Mae West (actriz estadounidense 1893 – 1980) “cuando tengo que elegir entre dos males, siempre me gusta tomar el que nunca he intentado antes”. Al menos apuraríamos el proceso de prueba y error en el que se nos va la vida, evitando tropezar una y otra vez con la misma piedra. Tropezaríamos así con una distinta cada 4 años y con otra media piedra cada 2.

Consideremos objetivamente nuestra situación, mientras nos limpiamos el polvo de la última rodada.
Por caso: el famoso y vituperado diezmo (10 % de los ingresos) que imponía la más poderosa institución de forzamiento medieval (la Iglesia), se ve empequeñecido en nuestro país por el treintaycuatrezmo (34 % de los ingresos) que nos impone la más poderosa institución de forzamiento contemporáneo (el Estado). Una presión impositiva que está entre las más altas del mundo.

Sin embargo y contra lo que pudiera suponerse con sumas tan monumentales -y durante tantos años- a disposición de nuestra administración pública, la miseria asciende en este 2011 a más del 30 % y en el “país de las vacas y el trigo”, más del 9 % de los hogares se encuentran en “riesgo alimentario severo”, mientras que nuestro impuesto al pobre (la inflación deliberada) se ubica entre los más elevados del planeta.

Con solo ver esto y sin siquiera considerar el interminable muestrario de la caída argentina en todos los rankings comparativos, basta para concluir que el modelo no sirve. No funciona porque no produce riqueza social. No atrae inversiones a gran escala, no crea empresas nuevas ni empleo genuino al nivel que necesitamos. No libera potencia creativa. No innova ni cambia paradigmas de fondo, más allá del palabrerío.
Sólo sirve como frenética máquina emparchadora, obturando grietas sobre un volcán bajo presión, a través de un burdo (y destructivo) juego de aprietes a mercados y estadísticas.
Con desembolsos y prebendas políticas o empresarias discrecionales, muy corruptas, vengativas e ineficientes pero compra-votos, arrojadas en todas direcciones (¡12.000 millones de dólares al año sólo en subsidios (*) a transportes y energía!).

Emparchar para seguir violando la moderna comprensión de la ciencia económica con manotazos de aficionados nunca funcionó, aquí ni en ninguna otra parte como no sea para ganar una elección, robar entremedio y colapsar más temprano que tarde. Por más viento de cola en comercio exterior que toque en suerte (y la suerte de los Kirchner en este sentido ha sido, según expertos, la mejor de los últimos cien años), factor que explica casi por sí sólo en este caso el habernos podido sostener tanto tiempo en el dislate.

Es la gente trabajadora de las villas quien debe enriquecerse y no unos pocos funcionarios políticos y sindicalistas mafiosos. Es la gran clase media y no unos pocos “empresarios” cebados en el soborno y la ventaja.
Dueños de empresa que vemos hoy entre la fantasmagórica galería de pusilánimes y oportunistas que capitanean la Unión Industrial, por ejemplo, quienes en lugar de plantarse frente al poder exigiendo un entorno de alta competitividad para inundar el mundo con productos argentinos como firme sustento del crecimiento interno, continúan con su complicidad de lobistas apuntando a la ganancia inmediata y al eterno proteccionismo infantilizante, a costa del empobrecimiento general.
Actitud despreciable que nos recuerda aquellas palabras atribuidas a Carlos Marx “cuando empecemos a ahorcar capitalistas, se pelearán entre ellos para vendernos la soga”.

Lo que conviene, en particular al 30 % de argentinos pobres e indigentes, es la aparición de miles de nuevos emprendedores que traigan su dinero, lo arriesguen montando empresas y creando abundante empleo fresco para producir sin trabas estúpidas lo que sea, vendiendo agresivamente en el exterior y aquí mismo. Poniendo en competencia al “coto de caza” de los pseudo empresarios cortesanos obligándolos a pelear por sus mejores empleados, pagar sueldos de primer mundo, actualizar sus productos, bajar sus precios y retiros mal habidos o desaparecer.

Está claro que el campo progresista cuenta, a caballo de sus métodos, con los votos suficientes como para seguir inyectando a la sociedad con más toxinas anti libre-empresa.

De Cristina a Hermes y de Ricardo a Pino, pasando por Hugo y Daniel, la propia inercia de estos frenos llevará a sus ejecutores a la disyuntiva de hierro de profundizar el modelo o implosionar, abrazados a la bomba que -por acción u omisión- armaron. Una situación en la que, previsiblemente, optarán por seguir internándonos en el forzamiento totalitario sobre lo ajeno.
Lo harán, como ya se avizora, avanzando más aún sobre el capital de explotación y sobre la propiedad privada de los medios de producción. Vale decir, obteniendo a patadas, por poco tiempo y con final de tragedia asegurado, una fracción de lo que podríamos haber obtenido de manera permanente con las más inteligentes (pero menos útiles para la mafia) recetas de la libertad, sin necesidad de terrorismo fiscal de Estado.

Es lo que confusamente sienten los millones de simpatizantes de “los indignados” del 15 M español cuando gritan que no son marionetas ni mercancía en manos de políticos o banqueros y que quieren democracia real ya. El poder a la gente, a las personas individuales con sus convicciones, planes de vida y sufrimientos reales, para que dejen de ser un número (bi partidismo, listas masivas, totalitarismos) y empiecen a ser únicas, valiosas, escuchadas, autonómicas e in-avasallables (la persona absolutamente “sagrada”, protegida y en poder de su destino, esencia por otra parte de las nuevas ideas libertarias).


(*) Recordemos que se subsidia para forzar el funcionamiento de algo que no funciona en lugar de preguntarse porqué no funciona, procediendo a modificar lo que falla para dejar de tirar nuestro dinero. El motivo es que quien subsidia, clienteliza y manipula.

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