Estado Golpeador

Febrero 2012

¿Para qué sirve la política, en este siglo de redes tecnológicas, además de seguir haciendo ricos a los políticos? Supuestamente para lograr que las diferencias entre facciones de intereses divergentes, confluyan hacia acuerdos que impliquen un cierto consenso. Para que unos y otros no acabemos a los golpes o dirimiendo los desacuerdos por medio de las armas.
Se dice entonces, sin gran esfuerzo deductivo, que la democracia (manejada por los políticos profesionales) es “el único sistema que legitima el conflicto”.

Sin embargo, si las minorías de “los otros” (y la más pequeña minoría, igual de importante, es una sola persona) sólo tienen derecho a existir, trabajar y producir si se avienen a ser un anexo, un objeto útil proveedor y obligado de los deseos y voluntades del mayor número, tal como está convencida una parte mayoritaria del electorado, estamos en problemas y el razonamiento anterior con todo y su carga de precaria sensatez, se quiebra por el centro.

La ley de la mayoría, de por sí mala, pasa a convertirse en la ley del más fuerte a través de la acción directa del simple “somos más”. El Estado forzador deriva entonces hacia el Estado golpeador; una imagen patentizada en la actual deriva de Cristina Kirchner hacia modelos de disciplinamiento de disidentes (prensa, contribuyentes etc) como los usados por Chávez, Correa o Castro.

La violencia social, los conflictos entre grupos o individuos de intereses contrapuestos son cosa natural pero… a diferencia de la violencia siempre soft y voluntaria del mercado para legitimarlos, la violencia de Estado es brutal, masiva, burda e inescapable.

Nuestra democracia está lejos de ser lo que supone la gente: aquel sistema de organización social en el que las libertades personales tienen un gran valor y donde los que gobiernan respetan la voluntad del pueblo. Lo que vemos a diario es un modelo anti derechos individuales de principio a fin, atemorizador, de represión económico-legal sistemática y dirigido a la anulación del ciudadano en tanto ser libre e independiente.

En la actualidad, a imagen y semejanza de lo que ocurriera durante el gobierno (gestador serial de villas miseria) de Juan y Eva Perón, el muy violento señor Secretario de Comercio y sus sicarios de la Impositiva, con apoyo de las Secretarías de Inteligencia y Propaganda da forma a una policía o comisariato político inspirado en los de la Alemania nazi y la Rusia de los soviets. La despreciable y recordada figura (también de factura peronista) del delator está, virtualmente, a la vuelta de la esquina. Media cuadra mas allá, señoras, está  la imagen del disidente arrodillado y del pistoletazo en la nuca, tan cara a psicópatas asesinos -del “palo” de este gobierno- como Guevara o Arrostito.

Retrocedemos, señores.
Y demás está decir que el forzamiento es un pésimo estímulo inversor en la era de la economía del conocimiento (del capital y de la inteligencia intensiva). A contrapelo de toda perspicacia, involucionamos hacia la era del simio golpeador mientras nuestros vecinos avanzan... y los ingleses, a caballo de nuestro imbecilismo caníbal, se afirman en Malvinas.

Aglomerado de conversos seriales y de gente tan propensa al atropello como voluble a cualquier oportunismo ideológico, los peronistas hicieron de la corrupción su forma de gobierno. Haciendo del “vivir de la política” un negocio más, reservado para vivillos de su “palo”; próspero y lícito.
Radicales, militares nacionalistas y populistas en general, por su parte, copiaron la pizarra de sus maestros justicialistas con una aplicación escolar digna de mejor causa.

Esta ética de la corrupción, este triunfo maradoniano de la sinvergüenzada es algo sumamente notable a nivel nacional y, por cierto, define a sus líderes. Resulta algo menos notable a escala provincial y baja otro punto de notabilidad cuando la observamos a nivel municipal.
Una secuencia delincuencial descendente que apoya su lógica en la de las relaciones interpersonales: a niveles locales y cuanto más pequeña sea la comunidad, la gente se conoce más.
Existen lazos familiares, de amistad, barriales y comerciales tangibles, cotidianos e incluso históricos entre individuos, que potencian el reconocimiento social para aquellas personas con real vocación de servicio público desinteresado y solidario, tanto como refuerzan el antiguo (y eficaz) freno de condena social a toda incorrección, a través de diversos niveles de ostracismo.

Este combo de avales al robo, a la insolencia de los peores y a la estafa desciende otro nivel hacia su mínimo cuando nos centramos en las relaciones y acuerdos personales libres; voluntarios. Normales y privados, laborales o de negocios.
Si dejamos que algo de cierta civilizada evolución siga su curso natural, entonces, será el mercado reemplazando de a poco a la regulación mafiosa lo que hará la diferencia. Será el “permiso” para crear, invertir, producir, vender, ahorrar, hacer dinero o ayudar sin ser maniatados ni esquilmados. Será la posibilidad de opciones libres en la búsqueda y creación innovadora de mucho más y mejor empleo; de crecimiento personal y patrimonial como reaseguro a la propia descendencia familiar. Será la disidencia enriquecedora a todo orden reemplazando al pensamiento único.
Arrojando por la borda toda esa agresiva pretensión socialista sobre lo ajeno que tan mal nos resultó, hacia allí deberemos apuntar con el arma defensiva de nuestros votos y los de nuestras redes de conocidos, si queremos un día disfrutar con orgullo el vivir en un país libre, rico y respetado. Con más sociedad “haciéndose cargo” y menos Estado envileciendo gente en el parasitismo.

Los políticos que conocemos no nos sirvieron de nada, porque la política nunca fue la solución sino el problema. Y las propias negatividades conducentes del declive económico, nos empujaron (como sobre rieles) hacia la violencia de este Estado golpeador.
Como tantas mujeres golpeadas, también nuestro electorado justifica hasta hoy en voz baja este castigo humillante. Mirando al suelo. Tratando de ocultar sus hematomas.

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