Luche y Se Van


Agosto 2012

Un viejo lugar común interpela al ciudadano usuario de colegios privados en la siguiente consideración: ¿Le parece a usted muy cara la educación? Pruebe entonces con la ignorancia y verá.
Mientras que otro lugar no menos común afirma que no hay nada más costoso para una sociedad, que un niño que no se educa bien.

Un simple vistazo a los pueblos del mundo con sus impactantes diferencias en bienestar (proporcionales a sus niveles de respeto a la propiedad privada) basta para convencer hasta al más necio de que, a largo plazo, la educación (y formación en valores) de las mayorías define todo.
Nuestra nación sin embargo y salvo breves períodos, avanzó (¿avanzó?) pendiente del corto plazo durante más de 70 años.
En el caso puntual de esta última década peronista, obnubilados por el cortísimo plazo. Sólo de mes en mes o más probablemente de semana en semana, con la vista fija en la sola “acumulación de caja y poder” para seguir ganando elecciones, casi sin otro norte digno de mención, incluyendo al norte educacional.

Esta modalidad pueblerina guiada por el capricho, cuasi histérica, híper-corrupta y violadora serial de garantías constitucionales practicada por “el furia” Néstor y continuada a golpes de hormona, pánico y más improvisación totalitaria por su viuda, ha perfeccionado a conciencia una sola cosa: la ubicación de nuestra Argentina en el sumidero de la Historia, arracimada ya entre países delincuentes cuya proteína nutricia electoral es, igual que con los Kirchner, la ignorancia.
Lo lograron: hoy contamos con un importante porcentaje de la población en un grado tal de vulnerabilidad económica y cultural, que seguirá votando al populismo ladrón de Cristina, Scioli o Alperovich más por desconocimiento que por convencimiento. En el fondo, por casi pura desesperación.

El peronismo (con la ayuda de sus medio-hermanos radicales y socialistas) finalmente lo logró, pero al precio de colocar al entero Estado nacional en situación de cese de legitimidad. De irremontable pérdida de autoridad moral y de respeto ciudadano.

Debilitada la confianza social, sucede que la gente retrae sus reservas emocionales y financieras a círculos cada vez más estrechos, menos proactivos, al comprobar con mayor claridad que la suma de las energías creativas que fluyen en la sociedad va siendo superada por la suma negativa de las ineptitudes estatales.
La costosísima e ineficiente maquinaria de gobierno que nos coacciona no está garantizando el orden… sino el caos.
Con impuestos asfixiantes -a nivel de los más altos del planeta- y con una administración desastrosa en cuanto a probidad, pero también en lo que se refiere a seguridad, justicia, infraestructura, previsión social, salud y desde luego… a educación pública.
Porque la Argentina, está claro,  ingresó con la saga kirchnerista en su marchitamiento definitivo. Ese que lleva a la desaparición de los últimos vestigios de la civilización del top ten,  gozada in progreso hacia la época liberal del Centenario.

Eventualmente, la política se hunde en su propia impotencia y cunde la desesperanza cada vez que los -de por sí escasos- beneficios de estar cobijados por un Estado territorial se reducen y hasta se invierten, al empeorar las condiciones económicas.
Recordemos sin embargo, más allá de nuestra desazón de cabotaje, que los estados-nación tampoco son entes inmutables. Mucho menos, eternos. Ni siquiera demasiado antiguos.
Por el contrario, son constructos artificiales relativamente recientes siendo que los especialistas sitúan su nacimiento en la revolución e independencia norteamericana de fines del siglo XVIII, seguida por la instauración de la república francesa.
Su génesis puede rastrearse hasta finales del período medieval y principios de la Edad Moderna (comienzos del siglo XVI), en la aparición de “mercados nacionales” dentro de las áreas de influencia de las numerosas comunidades, ciudades-estado, ducados, principados y reinos en que se dividía Europa.

Estos mercados habían sido organizados por comerciantes y aristócratas gobernantes con el objeto de liquidar los focos de oposición a la libre oferta y demanda, remanentes del anquilosado sistema económico de la Edad Media. Aumentaron así el ritmo y la intensidad de los intercambios privados dentro de sus respectivas jurisdicciones, modalidad que justificó más tarde la aparición de estados-nación como los mencionados, abocados a la creación y aplicación de reglas que garantizaran un flujo eficiente para todo tipo de bienes particulares, dentro de una zona geográfica unificada (y con tendencia a la expansión).

En general no fue entonces, como popularmente se cree, que las poblaciones se aglutinaron orgánicamente bajo Estados para formar naciones, reuniendo a “tribus” de culturas, costumbres e idiomas comunes. La verdad es que los estados-nación son sólo comunidades imaginarias, fríamente ensambladas por élites políticas y económicas con el objeto de impulsar sus mercados.
Después de todo, era sólo cuestión de amañar narraciones sobre algún pasado heroico compartido, lo bastante atractivo como para atrapar las fantasías de la gente sencilla y lograr que creyesen en un destino y una identidad en común.
Intento aglutinante -en principio- no tan perverso pero que tomó vuelo propio, arrogándose el derecho de soberanía (¡como una persona con sus propiedades!), sobre el territorio del que formaban parte todos sus integrantes libres. Exigiendo autonomía e igualdad con respecto a otros entes (países) similares y derecho a competir con ellos en todo sentido, mediante el comercio… o la guerra.

Pretensión “soberana” que condujo al género humano a enfrentamientos violentos en una escala monumental, nunca antes vista. Que no hubiesen sido posibles de no haber permitido a los dirigentes políticos de estos ingenios tercerizar por la fuerza sobre inocentes y personas en desacuerdo, los inmensos costos de sus delirantes aventuras económicas y militares.
Entes artificiales que siguiendo las leyes de su propia naturaleza violenta, conformaron un mosaico planetario de estados-nación con férreas fronteras y “soberanías” geográficas, donde los otrora libres y soberanos burgueses, productores y comerciantes nos hallamos enjaulados, a merced de un saqueo reglamentario e impositivo a discreción.

El cretinismo y la injusticia implícitas en esta breve historia justifican por sí solas el objetivo libertario de la abolición de sus iniquidades y del desarme del leviatán que las promueve. Sobre todo ante la evidencia generalizada de que la economía del conocimiento, la interconexión global, empática, diversa, libre y tecnológica hacen hoy más obsoleto que nunca al sistema del forzamiento estatal, validado en forma cavernaria por mayorías des-educadas.
Porque no hay arma electoral favorable para el que no sabe (o para la que no quiere saber) cuál es la causa última de sus males y quienes son los verdaderos villanos.  
Y señores, la “broma” es que nuestro votante desesperado conocido más cercano a quien hay que contener, es hoy como aquella mujer que pidió al carnicero: “deme un kilo de bofe para mí y un kilo de lomo para el perro”. A lo que el comerciante respondió ¿no será al revés, señora? “No. La que votó a los Kirchner fui yo”.

Así las cosas, toda acción o docencia (por pequeña que sea) que emprendamos a nivel individual o cooperativo en dirección a la reversión, achique y desmantelamiento de este régimen  redundará de manera positiva, primero, en un freno al aumento del número de votantes desesperados y luego, en el comienzo de su disminución. Punto central, si lo hay, de la lucha para que los responsables de este desastre se vayan.


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