Una Ideología Dañina

Abril 2015

Se dice que no hay demasiada diferencia de ideas entre los tres candidatos con posibilidades de llegar (hoy por hoy) a la presidencia en las elecciones 2015.
Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri afirman creer, en efecto, que una cultura tributaria que devenga equilibrista entre la producción privada de riqueza y el máximo gasto asistencial es deseable a cualquier plazo y de que contribuir a ello con el Estado a través de fuertes impuestos es sinónimo de crecer.
Lo apoyan cabalgando la ola de un amplio consenso social al respecto. El mismo consenso mayoritario falto de visión que nos condujo por vía directa a la decadencia y a la necesidad de esa asistencia que, desde hace 70 años, resulta cada vez más imperativa.  

Lo que los diferencia es una mera cuestión de grado, no de fondo, donde el grado mayor estaría representado por el Sr. Scioli y el menor por el Ing. Macri.
Coinciden; aún dentro del contexto sintetizado hace pocos días por el periodista José M. García Rozado, conforme al cual sólo 10,5 millones de dadores (empresarios, empleados privados y cuentapropistas en blanco) están sosteniendo a 16,2 millones de receptores (empleados públicos, pensionados sin contribución, beneficiarios de programas alimentarios, asignaciones por hijo, planes asistenciales o laborales y jubilados reales de una Anses gravemente vaciada –igual que el Banco Central y antes las AFJP- en función de los gastos corrientes del Estado).  Algo a todas luces insostenible.

El sentido común indica y la experiencia mundial confirma que la del impuesto es una ideología, a más de violenta e inmoral, dañina. Y que, además, se realimenta.
A más impuestos, menos renta empresaria y dinero honesto para las familias (hoy, se les extrae directa o indirectamente cerca del 50 % de lo que ganan). Menos inversión, reinversión, creación de negocios y buenos empleos sustentables que generen consumo seguro. A más impuestos más esterilización económica, Estado pisoteador de derechos, des-educación con antivalores, burocracia, clientelismo, mala asignación de recursos y botín para los amigos. Peor aún, más parasitismo social crónico y caciques ignorantes hostigando a los ciudadanos que se obstinen en crear riqueza.
Porque guste o disguste, en eso se basa el sistema que nos hundió. Ese es el núcleo duro de su “doctrina”. Es la madre del borrego y la madre de las recetas acerca de cómo hacer pedazos un gran país. De cómo quebrarle el espinazo a una gran sociedad. De cómo prostituir la cultura del trabajo y los sueños de nuestros abuelos inmigrantes  reemplazándolos por el “modelo” de la obsecuencia delincuente con robo legalizado a gran escala.
Llamando a las cosas por su nombre, la del impuesto es la ideología de la sinvergüenzada. No importa con qué careta socialista o solidaria se la disfrace; todo argentino, en su interior, lo sabe.

La explicación a que nuestro tipo de organización social nunca encuentre paz ni equilibrio está en que en una economía de estatismo mixto, la puja por los recursos extraídos asume la forma de  un conflicto o guerra constante entre grupos de presión (verdaderas tribus corporativas), luchando para arrebatar por la fuerza del lobby y de la corrupción (casi nunca por la persuasión, la competencia y los acuerdos libres) una ventaja económica, en general transitoria, sobre otro grupo.  Algo digno de la era del simio; de la ley de la fuerza bruta.

Un sinsentido pasible de reducirse primero y eliminarse por completo después, reemplazando los tips de la cultura de la sinvergüenzada por los de una nueva cultura no tributaria que saque la alfombra bajo los pies a los sinvergüenzas, haciéndolos caer en el mundo del trabajo.
Un cambio que podría ser iniciado por la actual dirigencia política opositora, aconsejada por una élite intelectualmente ilustrada a nivel siglo XXI. A la altura de las modernas ideas de eficiencia dinámica y función empresarial en el mismo concepto de libertad de industria que garantizaba nuestra Constitución.  

Necesitamos, por tanto, que quien gane troque en estadista y que en lugar de seguir a la manada lidere un cambio gradual hacia la nueva cultura no-violenta que nuestra Argentina necesita para volver a ser un gran país; ese que no atracaba a nadie con impuestos; el que atrajo a nuestros abuelos y bisabuelos. 

Lo necesitamos guiando a nuestra gente lejos de las ideologías dañinas. 
Poniéndole el título y con el folclore que le cuadre. Sin importar a qué superstición económica cavernaria haya apelado durante la campaña electoral.
Porque lo que debe buscar ese estadista es, justamente, asegurar la mayor libertad de acción positiva para sus conciudadanos estimulando todo su potencial creativo.

Tal como haría un padre criterioso, se trata de creer en nuestra gente en lugar de convertirla en pusilánime y dependiente.

¿No vemos acaso que el Estado-zorro está en el gallinero llenando sus bolsas mientras nos grita que la libertad es peligrosa? Lo peligroso es lo coactivo, la violencia económica señores, porque perpetúa nuestra pobreza. 
Lo dañino es seguir alimentando al zorro; hacerlo cada día más grande con nuestros tributos y con nuestros votos.





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